La nueva guerra en Sudamérica con forma de democracia y corrupción

Es curioso cuando uno se siente identificado con el estereotipo que quince años antes escuchó repetido y calcado una y otra vez en la esquina del barrio mientras fumaba los primeros prensados y soñaba con conocer, explorar, descubrir, subsistir… . No soy el primer espécimen que tiene que escaparse de su país porque todo lo que pasa al rededor es una puta locura. Cuando ya estaba fumado, escuchando rock and roll en esa esquina y comiendo bizcochos Don Satur los que tenían la edad que tengo hoy en los últimos años de los noventa tuvieron que decidir si quedarse a pelear contra el imperio en forma de empresa «multinacional» o escapar por la ventana «a lavar copas a Europa». Muchos se fueron e hicieron más que esa muletilla. Sin embargo, la generación de mis viejos la tuvo un poquito más complicada porque el imperio venía en forma de Falcón verde. Muchos se fueron y a muchos los torturaron, los tiraron de aviones al Río de la Plata, les robaron a los bebés mientras ganaban un mundial de fútbol, la gente festejaba en calle y para que no queden dudas, mandaron a los pibes a una guerra con dos tenedores y un par de medias contra la principal potencia del mundo y sus aliados. En estos días, por ahora, el imperio viene con forma de Democracia, devaluación, Justicia, meritocracia, fuga de divisas, carpetazos, medios de comunicación con periodistas independientes y grandes heroínas francesas vestidas de usureras con estilo solo para despistar…
Un día, después de pensarlo tanto, comenzó el plan de exilio (pero esa historia es para otra ocasión) y acá estamos.. llevamos ocho meses del año viviendo lo mismo que aquellos que se fueron en las veces anteriores. Estar parado desde lejos y con la heladera llena viendo como tu casa está siendo saqueada por los propios mientras oprimen a tu gente, una vez más.

Cuando era adolescente en aquellos años del porro en la esquina me había agarrado una curiosa fascinación por los libros de estrategia militar, en especial los antiguos en los que se analizaban los movimientos de Anibal Barca o Alejandro Magno. Me contaban cómo ellos sacaban la ventaja impensada sobre sus enemigos al intentar hacer un movimiento inesperado para pararse en superioridad y cómo, muchas veces, han transformado su inferioridad en su arma más letal.. Muy lejos de lo que están suponiendo no digo esto porque me creo capaz de agarrar una escopeta y salir a hacer la revolución en las calles de San Telmo como lo hicieron nuestros próceres¹ sino porque en esas lecturas aprendí que la guerra se libra en muchos aspectos y que no es solo guerra tirar misiles o cañones y mucho menos en esta época donde la capacidad de destrucción de las armas es tan grande como un país entero. La economía y los medios, entonces, pueden tomar el rol de la bomba estallando de manera sincronizada y contada con un guión que oficia de «verdad» casi sin hacer ruido pero haciendo un daño que lleva décadas reconstruir o, tal vez, un incendio selvático puede jugar como una invasión al corazón del continente arrasando con todo lo que hay a su paso o, por qué no, un loquito del orto lado del océano puede generar una resistencia escrita que nunca deje de contar lo que realmente está sucediendo bajo inmunidad diplomática.

Es acá, sin embargo, cuando me doy cuenta de que puedo tener facilidad de palabra pero no traje la capacidad de desarrollarlo en el campo. Lo importante de la guerra es saber saber ocupar el rol correcto y me creo más peligroso con una máquina de escribir que con un fusil porque me pasé la vida soñando con ideales que no suelen ocurrir pero me excita pensar que tal vez si… y aunque muchos lo crean y muy poco lo digan haberme ido no me incapacita el hablar, ni opinar porque tal vez no esté oliendo el olor de las calles pero un médico tampoco siente el dolor a unisono del paciente y es por eso que puede sentarse a analizar y comprender lo qué pasa, por qué y qué lo genera teniendo la posibilidad de actuar. Y digo todo esto viendo a mi compañera descansando profundamente para mañana estar fuerte porque hay que volver a pelear porque así nos crió la clase trabajadora. Atrás el viento sopla más fuerte de lo que escuché en toda mi vida en la tranquila Buenos Aires, son las 2 y 20 de la mañana, me voy a dormir con la certeza de que nunca podrán vaciarnos de deseo de justicia social y que a partir de ahora vamos a gritar fuerte con la esperanza de que ellos, los que militan el odio y el resentimiento, se llenen de sensibilidad.


¹ Cuando digo «nuestros» hablo de la mayoría popular porque la minoría de herencia tiene los suyos como Los Peña Braun o Los Rodriguez Larreta… de dos apellidos como Dios y el Rey manda 

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