Volkgeist, demasiado volkgeist.

Tantas son las dicotomías en la historia del pensamiento como urgente la necesidad de posicionarse (o no) y detenerse a pensar. ¿Qué implica ser nacionalista y qué peligros conlleva? ¿Es posible ser universalista en el arte y la literatura?

SER O NO SER DE UN PAÍS. ¿ESA ES LA CUESTIÓN?

Son muchos los estudiosos que han asaltado la pregunta “¿Qué es la cultura?” Los antropólogos han hecho toda una ciencia sobre ello. En mi caso, fue la propia pregunta la que asaltó mi conciencia. A los migrantes de todos los pueblos nos toca, tarde o temprano, responder sobre qué es la identidad y qué significa ser (o no ser) de un país.

Los movimientos migratorios de nuestros tiempos movilizan a millones de personas a lo largo del planeta huyendo de crisis económicas, enfrentamientos bélicos, violencia de género, falta de oportunidades y otros motivos. El racismo y la xenofobia siguen siendo un problema en las sociedades de acogida y esto no es nuevo: resulta ser una constante histórica. La comunidad se cierra sobre sí misma, alimenta el desarrollo hacia dentro y tiende a defender sus propios elementos, incluso con posiciones hostiles hacia otras comunidades cercanas. Y esto se hace evidente tanto en los libros de historia como en los textos “sagrados”. Porque como canta el músico uruguayo Jorge Drexler, no hay pueblo que no se haya creído el pueblo elegido.

RECONOCER NO ES IDOLATRAR.

laderrotadelpensamiento

       En un libro bien cortito y bastante ameno, La derrota del pensamiento, el filósofo francés Alain Fienkielkraut resalta de qué manera el hombre moderno ha luchado por la defensa de la libertad y la igualdad, pero ha sacrificado la vinculación a una comunidad. Pero lejos de defender el nacionalismo a ultranza, también explica, por ejemplo, de qué manera Goethe supo enfrentarse al nacionalismo exacerbado de su patria alemana que caminaba, aunque no fuese algo sabido todavía, hacia el nazismo.

         A Goethe le intrigaba la enorme familiaridad que podía encontrar en la literatura china, considerada algo exótico y ajeno a la cultura local. Si la literatura es capaz de trascender diferencias tales, Goethe propugnará un ideal de literatura universal. Goethe quería que su pueblo dejara de permanecer encerrado en sus fronteras, fue un defensor de la literatura universal. No siempre tuvo Goethe este pensamiento. Años antes se había influenciado mucho de las ideas de Herder, férreo defensor de las posturas nacionalistas. Pero pronto se deshizo de este éxtasis patriótico y en plena ocupación napoleónica, en un clima de nacionalismo asfixiante, se atrevió a denunciar la adhesión del artista a su patria: Claro que el hombre está inserto en un contexto del que es parte; claro que recibe de ese contexto una tradición de la que no se puede desligar; pero lo necesario no tiene por qué ser una virtud. Admitamos, pues, nuestra pertenencia a una nación; pero no nos jactemos de ello. Reconocer no es idolatrar.

ERRADICAR EL MITO Y PERDER LA MAGIA

      Quizá la pregunta de partida sobre el concepto de cultura sea algo que ataña a muchas personas: No solo a aquellas que se ven obligadas a abandonar sus hogares en busca de otras realidades, sino también a aquellas que deben elaborar una actitud de acogida. Tampoco estaría de más pensar en cómo los pueblos receptores de inmigración generan estrategias de respuesta.

        Algunos se apoyan en los valores universales —igualdad, verdad, belleza, justicia bien…—  a la manera que lo hacían los idealistas griegos antiguos y a la manera en que lo volvían a hacer los pensadores ilustrados como Rousseau o Montesquieu. Pero estas conclusiones han resultado un tanto ingenuas: Para los ilustrados, por ejemplo, el concepto de cultura se limitaba al de educación de modo que el objetivo político era dar-educación, es decir, dar-cultura a las masas. Pero, ¿se puede dar la cultura, entendida como algo mucho más profundo? La crítica alemana fue en gran medida acertada en este sentido y en ella participó el romanticismo del siglo XIX. Este último exacerbó la importancia de “lo oscuro”, postura que bien podría ser la base de las teorías nietzschenas e incluso freudianas: las construcciones míticas de los pueblos, sus prejuicios, sus supersticiones también eran importantes. Y es que… ¡Cuánta magia faltaba en el mundo desde que los ilustrados franceses abolieron toda la capacidad creativa del mito en la literatura!

La dicotomía razón-espíritu. El movimiento Sturm und Drang en Alemania se oponía en gran parte al racionalismo ilustrado.

        Pero la crítica alemana no se detuvo allí (movimiento «Sturm und Drang«): también objetaba todo principio de universalidad. Los alemanes fundaron la noción de Volksgeist para interpretar la historia: Todas las naciones tienen rasgos que las hacen únicas. Puso el énfasis en aquello que distingue a una nación de otra, pasando por alto aquello que las iguala. Pronto, el Volksgeist se integraría en el arte: no es extraño, si entendemos el arte como principal vehículo de la cultura.

        Todo muy bonito, pero todos sabemos que los movimientos artísticos e intelectuales suelen caer en excesos que rompen la magia. La crítica alemana terminó cayendo, como dice Fienkielkraut, en el problema de la radicalización del nacionalismo, el Volksgeist que suprime al individuo —que termina difuminándose en el grupo social— y también a la humanidad —que queda reducida a un conglomerado de etnias—. 

        Negar al individuo conduce a un poder sin límites; negar lo humano conduce a una guerra total. El resultado es imparable: “Nada detiene a un Estado preso de la embriaguez del Volksgeist; ningún obstáculo ético se alza ya en su camino: sus súbditos no pueden reivindicar derechos y como sus enemigos no pertenecen a la misma especie, no hay ningún motivo para aplicarles reglas humanitarias”. Y así que pasen los años…

Deja un comentario

Web construida con WordPress.com.

Subir ↑