Ya no me querés como antes


cropped-perfil-fb-e-iso.jpgSoy partidario de la proliferación del sexo, y si es con amor mejor, aunque comprendo que en esta sociedad moderna resulte incómodo, para quien no puede hacerla, ver a dos amantes prolongando el beso en el banco de una plaza, o a los arrumacos en un zaguán, o toqueteándose los genitales en el pasillo de su vecindad chorizo. Por suerte tengo sexo cuatro o cinco días por semana. Lo he hecho en muchos lugares de maneras variadas: sentí la arena en los calzones en la playa, me picaron las hormigas en un parque nacional, y casi muero en la ducha un par de veces.

El otro día estuve a punto de clavarme el paraguas en los testículos al tropezar con una pareja que intentaba tener sexo sobre las baldosas del hall de una casa de velorios.

—Disculpen —pedí, consternado, dirigiéndome a la salida. Acababa de arruinarles la fantasía.

—No es… culpa suya —murmuró él, de espaldas al suelo. Ya no coordinaban.

—¿Soy yo? —preguntó ella, parando la cabalgada.

—No, mi amor —negó él… en sus ojos había cierta duda y eso las mujeres lo notan. De inmediato comprendí la secuencia: llevaban juntos mucho tiempo, se estaban cansando mutuamente, y con el tesón de los que apuestan para siempre buscaban nuevas maneras de darse afecto; de ahí a terminar en el suelo de una casa de velorios hay un solo paso. Esas parejas despiertan mi simpatía o piedad; naturalmente por cuestiones de identidad gremial intenté tirarle una soga al tipo:

—¿No está frío el suelo? —pregunté.

Él miró a un costado, y contestó:

—Es eso. Y está duro… —se dirigió a su amada: —Es el suelo.

—No, no —insistió ella—, yo sabía.

—¿Qué sabías?

—Ya no me querés como antes.

—Sí, sí te quiero —reafirmó él—, porqué no habría de amarte si para amarte nací.

—Eso no convence a nadie… —Hizo la mirada a un lado: —Ya no soy tan linda.

Afuera llovía torrencialmente. No conseguía destrabar el paraguas de los nervios. El tipo intentó arreglarla:

—Claro que sos linda. Sos hermosa… —Me miró fijo: —Amigo, ¿no es linda mi esposa? —en su mirada había algo de suplicante.

Yo ya le había echado el ojo a ella. No llegaba a los cuarenta años, tenía todo en su lugar:

—Disculpemé, de verla ya empiezo a calentarme —contesté.

Ella me miró:

—¿De verdad? —preguntó, entusiasmándose.

—Señorita, se lo digo yo que encontré un arco iris en la fragancia de cada cabellera… —miré por la ventana; gris y lloviendo a cántaros.

Ella sonrió:

—Que bellas palabras —murmuró—. Me ha deslumbrado.

—Cualquier cosa con tal de enaltecer el amor de una joven pareja —manifesté, galante.

         —Muy noble de su parte —intercedió el caballero. Miró afuera: —Cómo diluvia… —Señaló una puerta, tras la cual descansaba el finado: —¿Era alguien cercano a usted?

         —Fui su instructor en alcohólicos anónimos —contesté—, no tiene a nadie. Y no vino nadie —susurré. Casi rompo a llorar, pero por el paraguas.

—Es que llueve mucho —quiso animarme el tipo.

—Sí, llueve mucho —coreó ella.

—No pude rescatarlo de la botella —me lamenté.

—Qué pena —dijo él.

—Una verdadera pena —secundó ella. Hizo una pausa—. ¿No le molesta que estemos acá… compartiendo nuestro amor?

—Para nada —contesté, sacudiendo el paraguas—. El amor es lo más natural del mundo. Hay que dejar hacer aunque interrumpa la siesta del domingo. Yo vivo en una vecindad de cartón pintado: ¿sabe las veces que oí a mi vecina con sus novios? Y ella escuchó a mis novias, o más le vale… El vecino de abajo, que no la pone ni en Navidad, le grita a más de uno.

—Qué falta de solidaridad  —se quejó el tipo.

—Un resentido social —juzgó ella, y me miró. Sus ojos brillaban: —¿De verdad piensa que soy linda?

—Querida mía —musité, solemne—, ya habría salido a enfrentar la furia del clima, pero me anda mal el paraguas.

—Le presto mi paraguas —dijo el tipo un tanto echado a un lado, aunque permaneciendo debajo.

—¿Por qué? —preguntó ella, lanzándome una mirada lasciva—. Que se quede y mire… es tan amable.

—Mi amor —repuso él, contrariado—, no puedo hacerlo frente a otro tipo.

—¿Y por qué? —Insistió ella—, por vos estuve con otras chicas y eran menores de edad. ¿Siempre soy yo la que tiene que ser flexible?

Conseguí destrabarlo. Abrí la puerta, empuñando el paraguas abierto:

—Señorita —dije—, los hombres comparamos mucho, criticamos la mecánica, incluso intentamos intervenir montándola mejor. Es natural que su marido esté cohibido. De todas maneras le agradezco.

—En otra ocasión —se despidió ella mirándolo a él, que ya no parecía excitado.

—Tenga buen día —me despedí.

Salí y cerré la puerta, todo apurado.


Una respuesta a “Ya no me querés como antes

Add yours

  1. ¡Excelente relato! Me encantó y no pude sacarme la sonrisita de la cara desde el principio hasta el final. Felicitaciones.

    Me gusta

Deja un comentario

Web construida con WordPress.com.

Subir ↑